En estos tiempos en los que vivimos, de una Fiesta frecuentada por una dulcificación que viene imperada por aminoraciones en el tercio de varas, en el de banderillas, y por una infame dominación del afeitado, además de esa plaga contemporánea llamada indultitis, que considero la enfermedad más corrosiva del toreo, aún quedan lares, rescoldos de esperanza, ejemplos luminosos que marcan el camino a seguir.
Y dichas todas estas contrariedades que comparecen en infinidad de plazas, quisiera detenerme en la piedra angular de todo: en la integridad del rey, del soberano, del que manda en la Fiesta. El toro bravo. Y poner como paradigma a Villaseca de la Sagra.
Villaseca, apenas dos mil almas en su padrón, es un pueblo que ennoblece a la tauromaquia con hechos y no con discursos, que hace una labor encomiable por la Fiesta de los Toros. Y lo hace con una dedicación ejemplar hacia los novilleros. Dispone de un ayuntamiento que celebra anualmente una corrida de toros benéfica, un certamen de novilleros sin caballos y, sobre todo, el Alfarero de Oro, que es hoy la referencia indiscutible entre los certámenes de novilleros con picadores.
El Alfarero de Oro es un portento: todos los encastes, todos los novilleros más prometedores, ocho novilladas que se dice pronto, y un novillo con trapío de Bilbao o similares, en puntas. ¿Qué más puede pedirse? Y, sin embargo, los hay —taurinos, que no aficionados, sino simples taurinos de conveniencia— que se atreven a criticarlo. Les escandaliza el trapío, les incomoda la seriedad, y tildan una exageración en lo astifino de las puntas. Lo que hay que oír.
Conviene recordarlo, las puntas no son materia negociable. El toro ha de morir íntegro, con todas sus armas, como héroe que es. Esa es la esencia, el rezo de la moral taurina, nuestra razón de ser. Si usted no tiene el valor suficiente para ponerse delante de un animal en puntas, búsquese otro destino. Y en referencia al trapío, los novilleros siempre han lidiado toros en muchas ocasiones. Busquen en los anticuarios, miren carteles antiguos. Es a lo que se van a enfrentar cuando sean matadores de toros. No quisiera que se me malinterpretase, no estoy diciendo que estos volúmenes tengan que ser así en todas las plazas. Bien es cierto, y lo hemos visto en Villaseca, que a jóvenes que torean una al año, esto le queda grande. Buenos pues, para este tipo de certámenes, habrá que buscar novilleros con cierto bagaje.
Y, por cierto, ole por esos dos puyazos que son exigidos en la plaza.
La integridad del toro no admite componendas. Es el único dogma inviolable de la tauromaquia. El animal entrega su vida para morir con dignidad, demostrando su bravura hasta el último aliento. Cuando una plaza honra ese principio, cuando los aficionados trabajan con rectitud para mantenerlo vivo, cuando se respeta la liturgia y se abren puertas a las promesas, lo único digno es aplaudir. Y, sin embargo, hay empresarios que se atreven a criticarlo. ¿Por qué? Porque Villaseca deja en evidencia su falta de ética, porque pone al descubierto que, para muchos, la tauromaquia no es más que un negocio rentable. El toro les importa poco, la Fiesta menos aún, por mucho que repitan discursos huecos desde los atriles.
Dicho queda desde mi humilde opinión. Honor a esos que organizan ferias de novilladas, honor a quienes defienden la suerte de varas íntegra, honor a los toreros honrados que no provocan indultos indignos, y honor eterno a los que respetan, cuidan y aman al toro por encima de todo.
Escrito por Álvaro Cabello