¿Puede una firma borrar a Goya? ¿Un decreto desmentir a Lorca? ¿Un papel apagar la memoria de un pueblo? En estos tiempos, donde la libertad se proclama con palabras necias mientras se imponen dogmas, parece que sí. La Iniciativa Legislativa Popular “No es mi cultura” —que quizá no lo sea para sus promotores, pero sí lo es para un vasto sector de la sociedad española— ha alcanzado el Congreso y, con ello, abre un debate que no admite dudas: el de la propia cultura de España.
La Ley 18/2013 reconoció a la tauromaquia como patrimonio cultural inmaterial, merecedora de protección en todo el territorio nacional. No se trató de un gesto sentimental, fue el reconocimiento de siglos de historia, de un arte que ha inspirado literatura, pintura, música y pensamiento. Derogar esa ley equivaldría a amputar la memoria colectiva, a someter la cultura al arbitrio de quienes deciden qué merece existir y qué debe desaparecer.
Algunos dicen que “los toros no interesan”. La realidad les desmiente, pues las plazas se llenan, las entradas se agotan, los espectadores acuden por convicción. Esa presencia es testimonio irrefutable de que la tauromaquia sigue viva, no como mero entretenimiento, sino como manifestación cultural profundamente arraigada en la sociedad española.
El marco constitucional es diáfano. El artículo 20 protege la libertad de expresión y de creación artística; el 44 obliga a los poderes públicos a promover y garantizar el acceso a la cultura; el 46 les exige conservar y enriquecer el patrimonio histórico y cultural. Y la STC 177/2016, que anuló la prohibición catalana de los toros, dejó un precedente inapelable: la tauromaquia pertenece a todos los españoles, y ningún poder local ni iniciativa ciudadana puede privarlos de ella.
La tauromaquia no es un mero espectáculo; es arte, memoria y rito. Vive en la literatura de Lorca y Hemingway, en la pintura de Goya, Picasso y Dalí, en la música. Díganme ustedes en que se quedaría el Museo del Prado sin tauromaquia, o la literatura misma, o la propia historia de nuestro país. Prohibirla sería negar siglos de expresión artística, amputar una tradición que enseña a mirar, a sentir y a comprender la vida en toda su luz y su sombra.
La ILP “No es mi cultura” no cuestiona únicamente un espectáculo, sino que, cuestiona quién decide qué es cultura y quién tiene derecho a prohibirla. Pretende dictar al pueblo lo que puede sentir y valorar, y lo hace bajo la bandera de la libertad, negándola en su esencia. Y eso de “dictar al pueblo” tiene un nombre que no es otro que el de dictadura. Este acto revela la intención de subordinar la memoria colectiva a la ideología del momento.
La cultura verdadera no se decreta; se transmite, se respira y se vive. La tauromaquia resiste en la memoria de quienes la aman, en la constancia de los maestros que la mantienen viva, en la devoción de los públicos que abarrotan los tendidos.
Podrán tramitar mociones y recoger firmas, pero hay cosas que no caben en un boletín oficial. La tauromaquia no se rinde. Yo soy aficionado a los toros porque defiendo la libertad; porque defiendo la democracia; porque defiendo un pueblo libre; porque defiendo no ser esclavo de la opinión ajena y vivir sin ataduras. Mientras haya quien sienta, respete y viva esa pasión, la tauromaquia seguirá siendo no solo arte, sino el símbolo más puro de la libertad que nos define como pueblo.
Escrito por Álvaro Cabello