Decía el maestro Antoñete, que el toreo bueno es aquel que no sólo se queda en el paladar, sino que te llega al corazón, y si es preciso, te encoge el estómago.
Yo consigo sentir todo ello cuando veo torear a Diego Urdiales; y no me hace falta una faena completa, me basta con un muletazo. Diego Urdiales congrega lo efímero junto a lo imperecedero, y eso solo es cualidad del que nace con aquello que echan desde arriba y solo cae a los elegidos. Diego Urdiales es una de las definiciones de pureza en el toreo. Urdiales reúne la suavidad, el temple, lo pausado; y además sin ningún tipo de alarde ni exageración, únicamente empleando la clase y la elegancia, sale a torear, y jugarse la vida es una consecuencia, arriesga sin perder compostura. Ese toreo honesto que crea, encajado de riñones, de talones hundidos en el albero, cargando la suerte, limpio, con hondura, con -casi- total perfección; revela que no basa sus faenas únicamente en la técnica, sino en expresar aquello que decía el de Triana de "se torea con el alma".
Urdiales es una prueba irrefutable de que aún hay verdad en el toreo.