Pamplona ya huele a julio. A blanco y rojo. A peñas, juerga, charanga y espera. Los Sanfermines asoman en el calendario como un clamor que regresa, y con ellos, la ciudad entera se prepara para vestirse de rito, emoción y verdad. La fiesta más internacional del mundo está a solo unos días de estallar.
Hace escasas jornadas, el Ayuntamiento de Pamplona, presidido por el señor Joseba Asiron, ha presentado el vídeo promocional con el que pretende mostrar al mundo el espíritu de San Fermín. Pero lo que en teoría debía ser una exaltación de nuestras esencias, ha terminado siendo un ejercicio de ocultación deliberada: ni el toro, que es el alma; ni el Santo Patrón, que da nombre y raíz a esta fiesta, aparecen en él.
Por su parte, en este portal, ya que es consagrado al universo del toro bravo, pongo el acento en lo que más nos hiere: la ausencia del verdadero rey de esta celebración, el toro. Pero no puedo callar ante la desfachatez de ningunear también al Santo que, desde hace siglos, guía esta fiesta desde la fe, el fervor y la historia.
Los Sanfermines nacen del culto a San Fermín, pero su pulso late cada mañana encierros, rito que se celebra desde tiempos medievales. En el vídeo institucional aparecen gigantes y cabezudos, peñas y chupinazo… pero no aparece el toro bravo. Ese que da sentido a todo. Ese que, desde el amanecer hasta la caída del sol, marca cada instante de estas fiestas. Ignorar al toro es ignorar la médula de San Fermín. Pretender borrarlo de la imagen es amputar la historia, la identidad y el alma misma de Pamplona. Sin toro no hay encierro. Sin encierro, no hay Sanfermines. Lo demás, es atrezo y disfraz.
Este vacío no es inocente, responde a una voluntad de censura ideológica. El sectarismo político ha decidido que el toro molesta. Y como molesta, se tapa. La corrección política ha comenzado a mutilar la fiesta más pura que queda en Europa, me atrevería a decir en el mundo. Primero se eliminan símbolos. Luego se inventan ficciones. ¿Qué vendrá después? ¿Qué pensaría Hemingway, si levantara la cabeza? Quizá, avergonzado, volvería a su tumba al ver cómo un puñado de políticos ignorantes y dogmáticos quieren reescribir una cultura que les queda grande.
El encierro es una joya cultural irrepetible. No se corre por turismo, se corre por linaje, por herencia, por sangre. Es un acto de entrega y valor, transmitido de abuelos a nietos. No hay en el mundo fiesta más sincera ni más intensa. El toro es su tótem, su emblema, su epicentro.
¿Acaso alguien concibe un Rocío sin su Virgen? ¿Unas Fallas sin su mascletá? ¿Una primavera sevillana sin Semana Santa ni feria? Claro que no. Porque hay símbolos que son esencia. Ejes que sostienen culturas. El toro lo es en Pamplona.
Mientras el primer cohete suba al cielo y haya un toro en los corrales de Santo Domingo, habrá verdad en Pamplona. Pero si el toro desaparece del relato oficial, si se le esconde como si avergonzara, entonces los Sanfermines dejarán de ser lo que fueron. Y eso será una derrota de todos.
Yo, por mi parte, el 7 de julio amaneceré con la ilusión de un niño en la mañana de Reyes. Como me enseñaron mis mayores, a las ocho en punto estaré viendo el encierro con el corazón en vilo. Luego, disfrutaré de las vaquillas en la plaza. Y por la tarde, a las seis y media, mi mirada estará clavada en el toril de la Monumental, esperando la salida del primero. Y cantaré desde "El Rey" hasta el "Riau Riau". Y así, con los vellos de punta, llegaré al “Pobre de mí”, sabiendo que un año más he vivido la fiesta más emocionante jamás conocida.
Y usted, señor Asiron, podrá seguir viviendo en su ignorancia, en su amargura y en su miseria ideológica. Nosotros seguiremos siendo felices, libres y fieles al toro. Porque sin él, no hay Pamplona. No hay fiesta. No hay nada.
Escrito por Álvaro Cabello