En un oasis de mediocridad, monotonía y mecanicismo que venía siendo la temporada de Roca Rey, el peruano volvió a encontrarse consigo mismo en uno de sus feudos: Bilbao. Hasta la gris arena de Vista Alegre viajé, con la ilusión de quien busca aún latidos de grandeza, tras largos kilómetros de carretera y con el deseo íntimo de apoyar la Fiesta en la capital vizcaína. En tarde de hondo ambiente, los tendidos de El Bocho rozaban el lleno, y entre la hazaña del limeño, se deslizó —casi inadvertido— el pasear de seda de un artista. Juan Ortega, sin embargo, no tuvo su tarde. Todo ello frente a una corrida de Victoriano del Río, variada en matices, que dejó sobre la arena la impronta de Cantaor, bravo hasta el tuétano, premiado con la vuelta al ruedo.
Abría plaza Ortega con un toro manso y rajado, que buscaba querencias al menor resquicio. Sin raza, sin transmisión, aquello iba y venía con desgana. Ortega apenas pudo hilvanar más que un esbozo voluntarioso, tratado siempre con suavidad, como intentando retener entre los dedos el agua que inevitablemente se escapa. Pero lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible. Tras pinchar tres veces, dejó una estocada perpendicular y ligeramente desprendida.
Con el cuarto llegó la confirmación de su extravío. Cuando le sale un toro con las mínimas complicaciones… Un toro con genio, de áspera embestida, y que buscaba por dentro, que ya venía tocado de muerte por el infame y desmedido castigo de Óscar Bernal en el caballo donde se masacró. Ortega, en lugar de imponerse, se apagó. Ni doblarse fue capaz; la muleta nunca encontró mando ni dominio. No lo quiso ver. La estocada, una puñalada infame en los blandos, selló el desastre. Bronca sonora, más que merecida.
Roca Rey volvió a Bilbao como quien regresa a su casa. Se dice que no llena porque no se cuelga el cartel de “No hay billetes”, pero basta comparar con las entradas de los días previos: él llena, y de sobra. Las cosas como son. Su primero fue un toro notable, con movilidad, pero sin humillar lo suficiente. Comenzó el peruano con cambiados por la espalda que alentaron al personal. La faena, aunque intensa y de buen trazo, pecó de acelerada, sin temple ni poso. Hubo firmeza y mando, sí, pero sin reposo. Eso sí: los pases de pecho, de pitón a rabo, fueron de majestad. Cerró con bernardinas muy ceñidas y un estoconazo perfecto. La petición de dos orejas fue clamorosa, pero Matías, con buen criterio, concedió solo una.
Con el quinto alcanzó la plenitud. Antes, un quite de Pablo Aguado por chicuelinas, de suma gallardía y compás, puso la plaza en éxtasis. El toro de Victoriano, bravo y enrazado, acudía siempre presto a los cites, con una fijeza que obligaba y un temperamento que exigía al torero estar a la altura desde el primer muletazo. Con total entrega fue Roca a recibirlo a la puerta de toriles para dejar una larga cambiada en la segunda raya. Dos picotazos apenas recibió en el caballo, por lo que llegó entero a la muleta, pidiendo pelea de verdad. Roca lo intentó abrir faena por estatuarios, pero el toro, encelado y con pies, lo sorprendió al ir a colocarse. A partir de ahí, el limeño se puso de verdad: la muleta siempre por abajo, templando y mandando, domeñando la bravura sin concesiones. Por la derecha cuajó tandas largas, ligadas, con un trazo profundo y limpio, muletazos que parecían interminables, de los que aprietan los tendidos contra los asientos. Por la izquierda, sin llegar a la misma rotundidad, también se justificó con pases hondos y quizá más aseados, en los que el toro se tragaba la muleta hasta el final. El dominio fue absoluto, la faena, maciza y de gran calado, con pasajes que tuvieron ese poso que tantas veces se le echa en falta. Al entrar a matar se volcó sobre el morrillo y dejó un estoconazo en lo alto, fulminante. Una gran faena frente a un toro extraordinario, al que justamente se le concedió la vuelta al ruedo. Es, sin duda, la cima de su temporada y el aldabonazo que Roca Rey necesitaba para reconciliarse consigo mismo. El tiempo dirá si se mantiene.
Pablo Aguado dibujó en el tercero un puñado de naturales de oro que apenas cuatro almas parecieron advertir. El toro, descastado y flojo, no ofrecía materia, pero el sevillano, con mimo y sutileza, hilvanó muletazos de pecho ofrecido, enganchando adelante y llevándolos atrás de la cadera en una excelsitud que rozó lo inefable. Toreo caro, verdadero, que se escapó del gran público como agua en tierra árida. Tras una estocada ligeramente desprendida pero bien ejecutada, dio una vuelta al ruedo.
Con el sexto, más voluntad que resultado. El toro, desclasado y con genio, jamás rompió hacia adelante. Aguado alargó la faena en demasía, hasta naufragar en la imposibilidad. La espada, media estocada perpendicular caída al segundo encuentro, y el posterior mitin con el descabello, terminaron por apagar lo poco que había prendido.
Tarde variada, de contrastes. Ortega, naufragado. Aguado, destellos de oro que apenas fueron vistos. Y Roca Rey, renacido, dueño de Bilbao, dueño de sí mismo. La pregunta flota en el aire: ¿habrá sido este el aldabonazo que necesitaba el peruano para volver a ser el que fue?
LA RESEÑA
Plaza de Toros de Vista Alegre, Bilbao. 4ª de abono. Jueves 25 de agosto de 2025. Casi lleno.
Toros de Victoriano del Río ⚫🟡: bien y desigualmente presentados. El segundo muy terciado. También de juego desigual. El primero un manso rajado; el segundo con entrega y movilidad, aunque le faltó humillación; el tercero con clase por el izquierdo, pero sin raza; el cuarto de embestida áspero y cierto genio; un excelente quinto nº 37 de nombre Cantaor, bravo, con ritmo, movilidad, recorrido, codicia y humillación; y sexto totalmente desclasado.
Juan Ortega (verde y oro), silencio y bronca.
Roca Rey (tabaco y oro), oreja con petición de la segunda tras aviso y dos orejas.
Pablo Aguado (rioja y azabache), vuelta al ruedo tras leve petición y silencio tras dos avisos.
Notas: Se desmonteraron Francisco Durán "Viruta" y Fernando Sánchez en el quinto, e Iván García y Sánchez Araujo, en el sexto.
Escrito por Álvaro Cabello