Con ilusión me eché carretera y manta para acudir a una tarde de expectación en las Colombinas de Huelva. El cartel, réplica del de Azpeitia para los San Ignacios, reunía a una terna de altos vuelos y al hierro salmantino de Loreto Charro, que hacía su presentación en La Merced. El ambiente, sin embargo, pronto dejó entrever que lo que se respiraba en los tendidos era más propio de feria veraniega que del respeto que merece una Plaza de Toros. Imaginen ustedes: palco complaciente, griterío constante, conversaciones de tasca… No hace falta explicar más.
Morante, el esperado, el que atraviesa ese estado de gracia tan suyo, no halló la armonía que venía prometida. Salía por los toriles de La Merced un toro de buena presencia para Huelva, serio, cuajado, enseñando las palas. Poco habitual ver un ejemplar así por estos lares. Apenas se empleó en varas, y Morante, consciente de su escasa fuerza, lo trató con mimo desde el inicio. Comenzó la faena con cadencia, toreando con los vuelos, llevando al toro sin brusquedades. La faena transcurrió entre pases sueltos, a compás lento, y aunque logró algún natural de excelsa hondura, el conjunto no pudo remontar la flojedad del burel. Estocada algo desprendida y una oreja de escaso peso que el público pidió con más cariño que criterio.
Y hasta ahí llegó Morante. Al cuarto, un novillote sin alma, lo quiso devolver desde el principio. Fue el único que hizo dos entradas al caballo, quiso masacrarlo, esperando que el toro se cayera para justificar su devolución. Capotes de manos bajas por si acaso, pero el toro no se cayó. Le quitó las moscas y lo despachó con una estocada corta. En los tendidos, bronca torera. El que quiera más, que se encamine hacia mañana El Puerto.
Luque saludó al segundo con verónicas de buen gusto. El toro, de menos cuajo que el anterior visto, pero de enorme clase, metía la cara con entrega y ritmo en el capote. Lo llevó al caballo con unas chicuelinas al paso bien compuestas; después remató su repertorio de quite con unas ceñidas y profundas cordobinas y una bonita media. La muleta de Luque se mostró firme, por momentos poderosa, aunque quizá demasiado encima del animal, que acabó poco a poco apagándose. En el prólogo de la faena, hilvanó un puñado de naturales de bella factura. Hubo dos tandas de toreo fundamental de gran expresión: muletazos largos, templados, mandones. Luego vinieron las luquesinas, en exceso reiteradas. Remató con una estocada trasera y el palco, generoso hasta lo obsceno, concedió dos orejas y un incomprensible e infame pañuelo azul. Una ofensa.
Con el quinto, descastado y sin motor, se alargó sin que la faena tomara vuelo. Destacaron algunos naturales con buen trazo y un brindis a Morante tras su bronca. Que le piten lo que quieran… ¡Viva Morante! Estocada corta y luego se atascó con el descabello.
Juan Ortega, ese torero de primorosos aires, que enamora con sus formas, volvió a dejar ver las costuras cuando el toro plantea mínimos obstáculos. Esa fragilidad técnica que no puede permitirse si quiere dar el salto definitivo. Con el tercero, de embestida irregular y genio sordo, dejó un precioso inicio de ayudados por alto y un cambio de mano que fue un suspiro detenido en el tiempo. Luego, la faena se perdió entre enganchones. No era el mejor toro, cierto, pero había opciones de más. Buena estocada para rubricar.
El sexto se sumó al desfile de toros descastados. Ortega, esmerado, pero sin materia prima, construyó una faena vacía de contenido. Mató de un correcta estocada y paseó una oreja cortesía del público.
LA RESEÑA
Plaza de Toros de la Merced, Huelva. 4ª de abono. 2/8/25. Lleno de “no hay billetes”.
Toros de Loreto Charro 🔵⚪🔴: desiguales en presentación. Descastados, sin raza ni fuerza. Destacó el segundo por su clase y mayor duración al que se le dio una infame vuelta al ruedo.
Morante de la Puebla (turquesa e hilo blanco), oreja y bronca.
Daniel Luque (azul marino y oro), dos orejas y ovación tras aviso.
Juan Ortega (canela y oro), silencio y oreja.
Notas: Se desmonteraron Juan Contreras y Jesús Arruga tras parear al segundo de la tarde.
Escrito por Álvaro Cabello