La tarde venía cargada de ese murmullo soterrado que antecede a los días señalados. El Puerto, expectante, aguardaba el cruce de miradas —y espadas— entre Morante de la Puebla y Roca Rey, apenas apagadas las brasas de sus recientes desencuentros. Y volvió a saltar la chispa. Particularmente en los prolegómenos del quinto, cuando se dice que Morante afeara un quite al peruano, y este, con displicencia de guasa, le devolviera: “Maestro, fúmese un purito despacito”. Más allá de la anécdota, otro nombre se abriría paso en la función: Daniel Crespo, que volvió a hacer vibrar a los suyos.
Morante, a su primero lo saludó con verónicas más garbosas que pausadas, rematadas con una media de esas que levantan al graderío como un resorte. Tras el paso por varas, instrumentó un quite a pies juntos que encendió la plaza. En la muleta, ante un Cuvillo desclasado, se recreó en trincheras de cartel y en un cambio de mano de temple sideral, tan largo que parecía detener el tiempo. Siguieron derechazos ceñidos, de orfebrería en el trazo, que no terminaron de cuajar por la falta de entrega del burel. Estocada arriba y petición desbordada, dos orejas que el palco concedió, cuando la justicia pedía solo una.
El cuarto lo recibió con recortes a la esclavina, exponiendo hasta el límite, el toro se lo comía, hasta que lo desarmó a un palmo de las tablas. El burel salió de varas hecho un guiñapo, apenas sostenido por las manos. Menuda masacre. Y ahí apareció el Morante de filigrana y cadencia: lo llevó a los medios con aires primorosos y, de uno en uno, dejó muletazos con la femoral expuesta, impregnados de seda y compás. Una delicia de toreo… hasta que la espada, trasera y tendida, frenó la emoción. Esta vez el presidente no asomó el pañuelo, y el sevillano, encendido, no dudó en reprochárselo desde el ruedo.
Cada vez que contemplo a Roca Rey me ofrece más argumentos para mi desafección. No es moda criticarlo; es simple cordura. Su tauromaquia carece de temple y se embala en brusquedades. Valor tiene, y mucho, pero ahí se agota todo. Con el tercero, comenzó de hinojos en el tercio, pases del péndulo al límite de los pitones, el público enfervorizado. A partir de ahí, todo a menos, salvo la pasión de unos tendidos cegados por el efectismo: espaldinas, alardes de valor y alguna que otra dosis de riesgo innecesario. Hubo un natural aislado de buena factura; el resto, derechazos mecánicos, sacando el toro hacia fuera, con un gran Cuvillo —pronto, largo, de embestida acariciante— desperdiciado. Cerró con bernadinas y mató de buena estocada. El premio, dos orejas inmerecidas y hasta voces de indulto para un toro que no sintió la puya del castigo. Miserable despropósito.
Con el quinto, el naufragio. Apenas rescato unos estatuarios iniciales, de figura hierática y buen porte. El resto fue un catálogo de valor desnudo, buscando —o permitiendo— que el flojo toro lo atropellara. La plaza, perdida en el engaño, volvió a enloquecer. Un pinchazo le arrebató dos orejas que habrían sido un insulto a la seriedad. Luego, eso sí, remató de una buena estocada.
Daniel Crespo se topó con un tercero que fue un muro imposible, no humillaba, buscaba las tablas, y entre la lidia caótica en banderillas y los innumerables capotazos, llegó a la muleta agotado. Crespo, algo desordenado, apenas pudo arañar lucimiento. Pinchazo y media tendida y trasera.
En el sexto, el portuense salió a morder. Se encaminó a la puerta de toriles y dejó una limpia larga cambiada en la segunda raya, verónicas templadas y un Cuvillo de bandera: clase, entrega, galope largo. En sintonía con el maestro Dueñas que tocaba Concierto en Aranjuez, llegaron derechazos hondos, componiendo la figura; naturales suaves, exquisitos, con un concepto que pide oficio pero que respira torería. El final, por ayudados rodilla en tierra, desató el éxtasis. Estoconazo en lo alto y dos orejas que sellaron su nuevo triunfo en casa.
LA RESEÑA
Real Plaza de Toros de El Puerto de Santa María, Cádiz. 5ª de abono. 9/8/25. Lleno de “no hay billetes”.
Toros de Núñez del Cuvillo ⚪🟢🔴: Todos tuvieron algo que torear. En general, nobles, con prontitud y movilidad. Ágil y suelto, el primero, falto de celo por el pitón izquierdo; pronto, con recorrido y humillación el segundo; deslucido el tercero; apagado y sin raza el cuarto, que jamás se confió tras los vuelos; desangelado y carente de ritmo el quinto; y de gran clase, ritmo y hondura el sexto, que dejó pasajes de interés.
Morante de la Puebla (berenjena y azabache), dos orejas y ovación.
Roca Rey (azul marino y oro), dos orejas tras aviso y ovación tras aviso.
Daniel Crespo (sangre de toro y oro), ovación y dos orejas.
Notas: Invitó Morante a saludar a sus compañeros en una ovación tras el paseíllo.
Mambrú se desmonteró tras parear al tercero.
Escrito por Álvaro Cabello