Si alguna vez tuviera que llevar a alguien por primera vez a una corrida de toros, no lo haría a una tarde de figuras, de esas predecibles donde todo parece escrito. Lo llevaría a una como la de hoy. Una corrida con toros íntegros, serios, en puntas; con toreros de carne y hueso que se juegan la vida sin adornos ni coartadas. Una corrida de don José Escolar. Porque hoy hubo verdad. Hubo emoción sin tregua. Toros que no perdonaban ni una duda y hombres que se entregaron sin reservas. Fue una tarde densa, exigente, de esas que agotan el alma y ensanchan el respeto. La presentación del encierro fue impecable, con toros de una seriedad que imponía desde el primer tranco. Frente a ellos, tres toreros sin disfraz, sin trampas.
Rafaelillo lidió un primero áspero, deslucido, al que castigaron en varas. El toro, que apenas humilló, pedía oficio y firmeza. El murciano, curtido en mil batallas, lo entendió desde el inicio. Faena de muletazos sueltos, sin posibilidad de ligazón, siempre cruzado, por la dificultad de quedarse al hilo. Por el pitón izquierdo, el toro medía más. Una labor de mérito, de dignidad torera. Mató de un pinchazo bajo y una estocada tendida.
En el cuarto, todo cambió. Salió decidido a jugársela y se fue a porta gayola, aunque no pudo consumarla, evitó que el toro lo arrollase. Comenzó la faena de hinojos en el tercio y luego se dobló con él. Fue un toro encastado, muy exigente, de una dureza abismal. Sin embargo, cuando se metía en el engaño, lo hacía con cierta clase. Y cuando Rafaelillo se confió, la violencia del embroque le propinó una cogida espeluznante por el pecho. Palizón. Aun así, volvió. Volvió para matar como hay que matar, con el alma por delante. Estocada tendida, pero en todo lo alto. Una oreja de ley, a la raza, al valor, a la entrega. La recogió con el cuerpo dolorido y el gesto lacerante. Fue uno de esos momentos que justifican una vida en esto.
Fernando Robleño se las vio primero con un toro serio pero armónico. En el quite, Juan de Castilla dejó un pasaje de alta emoción con unas gaoneras de verdad, con la pata adelante y el corazón en la mano. En la muleta, Robleño, sobrio y firme, lo entendió. El toro exigía, y él respondió con una serie al natural muy ligada y sometida. Faltó otra tanda más rotunda por ese pitón izquierdo, pero la faena tuvo fondo. Mató de un pinchazo y una estocada ligeramente trasera.
El quinto fue un toro imponente, con motor, que ofrecía opciones. Pero Robleño no terminó de apostar. Se le notó incómodo, sin llegar a cogerle del todo el aire, aunque dejó naturales sueltos de bella expresión. Faena de altibajos, por debajo del toro. Con los aceros se atascó: cuatro pinchazos y marró con el verduguillo.
Juan de Castilla tuvo delante al toro de la corrida, el tercero. Un animal imponente, corniveleto, que abría la cara e imponía desde la salida. Las varas fueron meramente testimoniales, pero el fondo del toro emergió con fuerza. El colombiano lo citó de hinojos en los medios, y ahí comenzó un pulso intenso. El toro embestía con emoción. La faena por el derecho fue con tandas ligadas y valientes. El pitón izquierdo era oro puro, pero lo quiso ver menos. Le faltó pausa, lo aceleró la emoción, pero la entrega fue total. En la suerte suprema, el toro le puso el pitón en el pecho. Estocada arriba, algo tendida. El toro murió de bravo, tragándose la sangre. Una de esas muertes que se clavan. Qué belleza…
El sexto no quiso saber nada. Un manso imposible, distraído, con la cara por las nubes, sin entrega ni humillación. Siempre salía distraído, no quería pelea. Juan le robó algunos muletazos con dignidad, pero era una batalla perdida. Intentó matar como pudo: dejó una media muy atravesada sin efecto, y luego otra. Nada que reprochar. Nada que celebrar.
LA RESEÑA
Plaza de Toros Monumental de Pamplona. 8ª de abono. 12/7/25. Lleno de “no hay billetes”.
Toros de José Escolar ⚪🔴: excelentemente presentados, muy astifinos. De seriedad apabullante y muy ofensivos. Encastados y exigentes en general. Sosito el primero; el segundo, con tendencia a reponer y rebañar; el tercero, de emocionante acometida y gran transmisión; el cuarto, enrazado y exigente, que vendió cara cada embestida; el quinto, reservón, se vino por dentro sin llegar a entregarse; y el sexto, descastado, sin celo ni raza.
Rafaelillo (verde y oro), silencio y oreja.
Fernando Robleño (gris plomo y oro), ovación y silencio.
Juan de Castilla (sangre de toro y oro), oreja tras aviso y silencio tras aviso.
Escrito por Álvaro Cabello