Alejandro Peñaranda sobresale en una buena corrida no correspondida de Lagunajanda.
¿Qué más quieren? ¿Qué más necesitan para torear? Se han ido casi todos los toros sin torear. Así, sin más. La buena corrida de Lagunajanda no encontró quien la entendiera ni la aprovechara. Fue un encierro con movilidad, ritmo, fondo y, lo más importante, con opciones de triunfo en casi todos sus ejemplares. Toros que pidieron toreo y no lo encontraron. El lote de Joselito Adame fue de triunfo grande, de puerta grande. Y, sin embargo, se fue con los dos toros enteros, sin una sola faena cuajada de verdad, sin una tanda que dejara poso. Y eso que el mexicano acumula ya más de seiscientos toros lidiados a sus espaldas… Pues ni con esas. Ni la veteranía, ni la experiencia, ni el oficio sirvieron para aprovechar semejante regalo del destino. Incomprensible. Manuel Escribano fue, quizás, la decepción más dolorosa. Lo vi durante toda la tarde con la mente en otro sitio, como si esta comparecencia fuera poco más que un trámite hacia la siguiente. Me apenó profundamente. Porque Escribano es torero de entrega, de raza, de apostar a cara o cruz. Hoy, sin embargo, no compareció el que conocemos. Y justo ahora, cuando por fin Madrid le concede dos tardes, y una fuera de lo cárdeno, desaprovecha el envite. No me extrañaría que, después de esto, la capital solo le cite con las corridas duras, es evidente que esas son las suyas. Y en medio de tanto bajón, Alejandro Peñaranda confirmó alternativa. Y se comió a su padrino y a su testigo. Fue el único que mostró hambre, estuvo entregado y dejó una buena imagen. Con él llegó lo más destacable de la tarde. Chapó por él.
Alejandro Peñaranda confirmó con un toro de buena condición, que cumplió en varas, aunque acabó viniéndose abajo demasiado pronto, deslucido al final. La banderilla en el hueco del puyazo quizá no ayudó. Aun así, Peñaranda supo estar, hilvanó varias tandas con actitud, dignidad y disposición. La faena, limitada por el toro, no tuvo mayor trascendencia. Mató de media estocada tendida.
Con el sexto, la historia cambió. Dio una vuelta al ruedo más que merecida tras una actuación sólida, seria, honesta. Construyó una faena de menos a más, asentado, sin fisuras, corriendo la mano con templanza, sobre todo por el pitón derecho. El toro ofrecía posibilidades y Peñaranda las entendió. Coronó su actuación con una estocada efectiva. Torero revelación de la tarde, sin duda.
Manuel Escribano, con el segundo, no encontró la tecla. El toro, pronto, con ritmo, humillación y casta, pedía mando, tacto y sitio. Escribano no se acopló. Abundaron los pases sin contenido, sin estructura, sin reposo. Solo dos naturales tuvieron trazo y calidad. Poco más. El toro, sin ser toreado, acabó rajado. La espada fue un desastre, primer intento, un bajonazo infame, horroroso; al segundo, estocada trasera y tendida, con el toro echando la cara arriba.
El cuarto, un toro serio, con dos velas corniveletas, manseó en varas y protestó en los primeros tercios, pero terminó ofreciendo más de lo que parecía. Escribano, sin embargo, volvió a mostrarse frío, desdibujado, sin mando ni temple. Otra faena plana, sin alma, con muletazos al vacío. Nada que ver con el torero combativo que esperábamos. Mató de estocada trasera. Y se acabó.
Joselito Adame desperdició al tercero, un toro encastado, con movilidad y repetición en la muleta. Ideal para lucirse. Y, sin embargo, Adame se vio desbordado, acelerado, sin gobierno ni pausa. Fue un sinfín de tandas insustanciales, hasta que, muy al final, logró hilvanar una serie algo más templada por la diestra. Ya era tarde. El toro se fue sin torear. Dos pinchazos y media estocada trasera y caída rubricaron el desastre.
Y también se le fue el quinto, un toro noble, pronto, ideal para la muleta. Pero la faena, larga, vacía, carente de limpieza, de temple, de colocación… no dijo nada. Como si no hubiera ocurrido. Otro que se va sin torear. Estocada.
En tardes como esta, uno se pregunta cuántas oportunidades más deben darse para que los toreros las tomen con el alma. Pero se fueron los toros sin torear, con la historia por escribir. No falló el encierro, fallaron las manos. Con Adame es mejor correr un tupido velo. A Escribano habrá que esperarle con los Adolfos el sábado. Y mientras unos divagan, otros emergen. Peñaranda, con su juventud y su hambre, dejó claro que quiere ser torero.
LA RESEÑA
Plaza de Toros de Las Ventas, Madrid. 23ª de abono. 4/6/25. ¾ de plaza.
Toros de Lagunajanda ⚪🔴: bien presentados, excepto el tercero. El primero de buena condición, pero se paró muy pronto; el segundo pronto y humillador; tercero con movilidad y repetidor; el cuarto protestón y mansito, pero con opciones; el quinto noble y propicio para la muleta; y el sexto ofrecía posibilidades.
Manuel Escribano (verde manzana y oro), silencio tras aviso y silencio.
Joselito Adame (marfil y oro), silencio y silencio tras aviso.
A. Peñaranda (confirmación) (blanco y oro), silencio tras aviso y vuelta al ruedo tras petición.