La pureza y el clasicismo al servicio de una liturgia en el ruedo.
Hoy, Morante de la Puebla ha hecho algo más que torear, ha quebrado el tiempo, ha encendido la memoria del arte y ha devuelto al toreo su rango de liturgia. Lo ha vuelto a hacer. Ha rasgado la tela gastada de la modernidad para abrir una puerta a lo sagrado. Morante ha alzado la bandera del clasicismo en medio del desierto de una era plena en falsedades. Ha impuesto la pureza como quien pronuncia una verdad antigua ante una multitud confundida. Ha toreado con la hondura de los que saben que lo grande no se grita, se insinúa. Se entrega. Se ofrenda. En esta era de lo inmediato y lo impostado, lo suyo fue un acto de resistencia. Una revolución callada. Como si de pronto un dios dormido despertara en la plaza para recordarnos por qué vale la pena creer. Fue la belleza en estado puro. Fue el aroma de lo eterno. Y llegó. Llegó por todas aquellas tardes en las que sostuvimos la fe como un fuego débil entre las manos. Por todas las veces que defendimos lo invisible, que lloramos en silencio al ver cómo se alejaba. Llegó cuando quiso, porque el arte verdadero no responde al capricho, sino al misterio. Hoy, sencillamente, era el día. Así Dios lo quiso. Morante salió en volandas, pero no fue una salida triunfal, fue una ascensión. Un clamor antiguo, pagano y sagrado a la vez. Un grito contenido que llevaba años buscando cuerpo. Y esta tarde lo encontró. Todos comulgamos. Todos. Incluso los incrédulos. Porque cuando el toreo se vuelve verdad absoluta, nadie escapa. Se cae de rodillas hasta el pensamiento. Y sólo queda el temblor.
Salía el primero de la tarde y Morante ya lo esperaba. Verónicas de seda, llenas de perfume antiguo, hilvanadas con chicuelinas de enorme garbo cuando el toro no se fijó. Daba igual. Él estaba dentro. Con la muleta, inició por ayudados por alto, y en el segundo acto emergió un molinete invertido que desembocó en un pase de pecho. Las tandas de derechazos llegaron templadas, profundas, y el toro, con nobleza, repetía buscando el engaño con celo. Entonces brotaron los naturales, largos, cadenciosos, excelsos. Por donde se los pasa… qué delirio. La faena fue medida, como deben ser las obras grandes. Y cuando todo estaba en su sitio, vino la estocada, un espadazo hasta los gavilanes, en lo alto, enalteciendo la suerte suprema. El toro cayó sin puntilla. Patas arriba, como rindiéndose ante el arte. La plaza, un clamor bendito, se tiñó de blanco pañuelo por una oreja de ley.
En el segundo nos temíamos eso de “el que quiera más…” Un toro mal presentado, muy flojito que apenas podía con su alma. Pero Morante se puso. Vaya que si se puso. Se inventó naturales de real majestad, fueron alzados a la sublimidad. Y aquel molinete arrebujao’, seguido del invertido y otro de pecho extraordinario, fue una epifanía emocional. Vamos José Antonio hay que matarlo. Mi pena fue lacerante cuando vi la estocada baja. ¿Y ahora qué? Creo que todos nos acordamos de aquellos fantasmas del pasado. Y me dolió la estocada, pero entonces lo vimos a él. Lleno de júbilo. De emoción limpia. Y, de pronto, la estocada dejó de doler. Se borró ante la certeza infinita de haber vivido un milagro.
Fue la mejor vez que he visto torear de capa a Fernando Adrián. Recibió al segundo con verónicas templadas y cierto gusto, abrochadas con una bonita media. Fue un toro mal presentado, pero muy bueno en la muleta. Humillaba, repetía, era para dejársela puesta y bajarle la mano y la tomaba muy bien. Fernando Adrián no comenzó mal, templando los derechazos, y ligando la primera tanda. Incluso hubo algún natural de buena factura. Sin embargo, luego todo se volvió insulso y volvimos al toreo sin limpieza, anodino e insustancial. Estuvo por debajo de un buen toro que se fue con las peludas puestas. Una estocada casi entera tendida le sirvió para cortar una oreja de poco peso.
El quinto, mejor presentado, tampoco andaba sobrado de fuerzas. Fernando Adrián otra vez volvió al trazo vulgar con más trallazos que toreo. Faltó técnica y mando en la faena. Acabó aburriendo al personal. Un metisaca en los bajos acabó con el animal.
Recibió con gusto de capa al tercero Borja Jiménez a la verónica rematando con una media de esas que son enteras. El toro se vino abajo muy pronto y le costó embestir. Borja, voluntarioso, se puso por ambos pitones dejando muletazos sueltos de buena factura, acabando en la cercanía, pero poco más pudo hacer. Demasiado se alargó en la labor. Tres pinchazos y el toro se echó.
El sexto, otro sin historia, justo de raza y venido a menos. De nuevo Borja, sin opción alguna. Se vuelve a atascar con la espada. Tiene que poner solución a la tizona… Lo esperamos en la In Memoriam.
LA RESEÑA
Plaza de Toros de Las Ventas, Madrid. 8/6/25. Corrida de Beneficencia. Lleno de “no hay billetes”.
Toros de Juan Pedro Domecq 🔴⚪: mal presentados excepto quinto y sexto.
Morante de la Puebla (azul noche y azabache), oreja y oreja.
Fernando Adrián (negro y oro), oreja y silencio.
Borja Jiménez (grana y oro), silencio tras aviso y silencio.