Ya asoma el final de septiembre, y con él llega puntual la feria de San Miguel, una de las citas más esperadas e interesantes del cierre de temporada. La bella Maestranza lucía cuajada de público en tarde solemne. El pasodoble Plaza de la Maestranza, —esa música solemne que siempre anuncia que en Sevilla habrá toros— fue interrumpido por un sobrecogedor minuto de silencio en memoria de María del Mar, hija del director de la Banda del Maestro Tejera, recientemente fallecida. Y aun desde el cielo, sonrió al escuchar los armoniosos compases de esa formación irrepetible. No hubo lugar al tedio en una corrida de Victoriano del Río, prácticamente inédita en varas, que sin ser de las mejores de la temporada tuvo matices suficientes para mantener la atención. Allí, Juan Ortega obraría una faena pasional; David de Miranda, otra vez; y Pablo Aguado, sin fortuna en el lote, ratificó no obstante su extraordinario momento.
El primero de la tarde salió con feas hechuras, escurrido y sin cuajo. Juan Ortega lo recibió con dos verónicas de cadencia infinita, truncadas pronto por la endeblez del animal, que acusaría hasta la muerte. Presuroso y simulado fue el tercio de varas. El sevillano, perseverante, trató de sostenerlo en el ruedo, pero aquello derivó en un rosario de enganchones. El respetable se hartó y Ortega finiquitó al animal de un espadazo feo.
Muy distinta sería la historia en el cuarto, que vino a levantar los ánimos con bravura inmensa, humillando y repitiendo con codicia por ambos pitones. Ortega, dispuesto a brindar, se vio sorprendido por un arranque intempestivo del toro, sin que ello le amedrentara: genuflexo, dibujó un inicio primoroso por ayudados. Tras esta, uno de pecho rodilla en tierra desplazó al animal, para hilvanarle derechazos colosales, templadísimos, epilogados con un cambio de mano monumental que puso en éxtasis a los tendidos. Tejera arrancó “Manolete” y la Maestranza evocó la faena del pasado año. Ortega prosiguió con tandas derechistas de compás, cadencia y torería, intercalando trincheras de cartel de toros. Sublime todo. Cuando intentó el toreo al natural, sin embargo, la faena decayó, no lo quiso ver por ahí, incapaz de acoplarse. Regresó a la diestra para rubricar otra tanda y un final repleto de torería. La espada, desprendida, no fue impedimento para que se pidiesen dos orejas; el presidente, con acierto, dejó en una. Sevilla exige la rotundidad que le faltó a la faena.
David de Miranda, sustituto de Manzanares, lo volvió a hacer. Recibió al segundo con un ramillete de verónicas cada vez más templadas, y el toro respondió metiendo muy bien la cara. El tercio de varas pasó sin relieve, y entonces apareció Aguado con un quite de garbosas chicuelinas, rematadas con una media de cartel. Replicó De Miranda con un quite, capote a la espada, que sobrecogió a los tendidos. Con la muleta se encontró un toro sin humillar ni entrega, de embestida corta. Pero al onubense parece que no le importa morir en una plaza. Plantado en terrenos que queman, aguantó parones y miradas con firmeza y una verdad escalofriante. Un arrimón final apabullante y una buena estocada le valieron una oreja de ley.
El quinto, áspero y exigente, no terminó de romper. De Miranda lo intentó por ambos pitones, hilvanando muletazos, pero sin alcanzar el vuelo que el toro pedía. Una estocada trasera cerró su tarde.
Todas las miradas estaban en Pablo Aguado. Venía de una temporada excelsa, plena de toros cuajados que antes rehuía. “Con medio toro que le embista, abre la Puerta del Príncipe”, era la máxima que corría por los mentideros de la afición. El tercero, Enamorado, era el toro predilecto del ganadero y en el que muchos, también el que escribe, depositaban esperanzas. Pero un topetazo contra el burladero, en esa forma infame de abusar de estos, le partió un pitón. Hasta ahí llegó la ilusión. Saltó un sobrero burraco, serio y cuajado, con el que Aguado dejó apenas destellos de torería ante un animal áspero, siempre con la cara suelta.
Todo lo que aguardaba Sevilla lo dejó para el cierraplaza. Tras el homenaje musical de Tejera a Salvador Núñez, que se despedía, Aguado brindó con cariño al picador. La faena fue de poso y madurez, de aromas toreros, por encima de un Victoriano que sabía demasiado bien dónde estaba el matador. El sevillano lo entendió a la perección, y dejó el natural más bello de la tarde. Mató al segundo intento.
LA RESEÑA
Real Maestranza de Caballería de Sevilla. 1ª de abono de la Feria de San Miguel. Viernes 26 de septiembre de 2025. Lleno de “no hay billetes”.
Toros de Victoriano del Río ⚫🟡: desiguales de presencia y juego. En general faltó raza a la corrida. Un extraordinario cuarto, bravísimo, destacó sobre sus hermanos.
Juan Ortega (azul cielo y oro), silencio y oreja.
David de Miranda (en suplencia de Manzanares) (rosa y oro), oreja y ovación.
Pablo Aguado (rioja y azabache), ovación en ambos.
Notas: Tras finalizar el paseíllo, se guardó un minuto de silencio por María del Mara, hija del directo de Tejera, recientemente fallecida.
Escrito por Álvaro Cabello