Sevilla amaneció con ese rumor grave que solo precede a las grandes solemnidades. Era un runrún que se deslizaba por las calles y desembocaba en la Maestranza como un presagio. Hacía tiempo que no se percibía una expectación semejante. La ciudad hispalense aguardaba la vuelta de Morante, el reencuentro con Roca Rey tras el rifirrafe de agosto en El Puerto, y el doctorado de un paisano, Javier Zulueta, en el escenario más soñado. Todo ello bajo la amenaza de una lluvia incierta que, hasta en los instantes previos al paseíllo, se convirtió en angustia. Hasta que, a las seis y media en punto, ondeó el pañuelo blanco en el palco presidencial y Sevilla respiró aliviada, la tarde quedaba en manos de los toreros.
La plaza, encapotada y solemne, se dispuso entonces a vivir lo prometido. Mas pronto se estrellaría con la dura realidad de un encierro de Cuvillo deslucido, ayuno de raza, que acabó en un petardo de consideración. Solo un natural inmortal de don José Antonio se alzaría como joya imperecedera de la tarde.
Con ilusión desbordada, Javier Zulueta cruzó el albero en el día más feliz de su vida. Sevilla, generosa, le tributó la primera ovación cuando Morante y Roca Rey, en noble gesto, le cedieron la delantera en el paseíllo. Sonaron clarines y otra ovación saludó a los tres toreros. Zulueta recibió a su toro con chicuelinas cadenciosas, verónicas templadas y una media de buen gusto. Regresó a las chicuelinas para galleo armónico y dejó al toro en el caballo, donde apenas fue picado.
En ceremonia solemne, Morante lo doctora, y Sevilla, jubilosa, proclama nuevo matador. El brindis a su padre, alguacil henchido de orgullo, se tornó instante emotivo. Luego, doblones toreros lo llevaron a los medios; el Cuvillo, noble de principio, permitió tandas limpias por la diestra y algún natural largo y sentido. Zulueta, algo despegado en momentos, mostró serenidad y entrega. El toro se fue apagando, perdiendo el escaso ritmo que tuvo. Quedó el buen estilo del sevillano y los problemas lógicos por resolver, sobre todo con la espada, que se le resistió demasiado. En el sexto, con un cierraplaza descastado y huidizo, apenas pudo mostrarse voluntarioso antes de pasaportarlo con estocada trasera. Entre tanto, el gesto afectuoso de Morante y Roca Rey recibió la ovación de la plaza.
El segundo, de bella lámina y anovillado, salió abanto, reservado y siempre con la cara alta. Todos conocen esa sensación cuando Morante comienza a mover la cabeza con aflicción; no duró ni un minuto. Tras quitarle las moscas, sacó la tizona y despachó al toro, evitando que Sevilla perdiera el tiempo.
Y cuando el tedio comenzaba a anidar, se produjo el milagro. Rugió la Maestranza con una tijerilla de rodillas, al más puro estilo gallista, firmada por Morante. Quiso proseguir a la verónica y la que le enganchó la tercera y le derrotó el capote, resplandecieron garbosas chicuelinas que desataron el clamor. El inicio de faena fue orfebrería pura, ayudados por alto primorosos, cambio de mano excelso, molinete invertido que parecía bordado en seda. Y entonces llegaron los naturales; uno, dos antológicos… y el tercero, ese natural que detuvo el orbe y suspendió la eternidad. Lloraba el Giraldillo, la Giralda contenía la respiración, y Sevilla entera se rindió al embrujo. Fue el instante absoluto, la razón de la tarde. Una media estocada trasera y tendida puso fin a la obra, pero la huella del natural quedó grabada para siempre.
El tercero, herido de cornada, salió indignamente al ruedo. Sevilla no puede consentir tales atropellos. Ni Sevilla ni Pekín. Fue devuelto, y en su lugar apareció un Cuvillo bravo, completo en todos los tercios. Tras emplearse alegre en varas, Zulueta brilló en un quite de delantales exquisitos y media de cartel. Monumental estuvo la cuadrilla de Roca Rey en banderillas, con un par de Antonio Chacón que rozó la epopeya. Pero el peruano no terminó de acoplarse: abusó de trallazos y faltó ambición. Los pitos arreciaron, más dirigidos a su figura que a su quehacer. Solo en la última serie en redondo se vislumbró el temple. Eso sí, fueron colosales los pases de pecho. Mal, sin embargo, con la espada.
El quinto, manso y aquerenciado, ofreció aún menos. Roca Rey mostró disposición, pero nada más pudo extraer. Lo despachó de estocada desprendida, sin mayor relieve.
LA RESEÑA
Real Maestranza de Caballería de Sevilla. 3ª de abono de la Feria de San Miguel. Domingo 28 de septiembre de 2025. Lleno de “no hay billetes”.
Toros de Núñez del Cuvillo ⚪🟢🔴: De deleznable presencia, en general, descastados y sin raza. Destacó un bravo tercero, completo en todos los tercios.
Morante de la Puebla (negro y oro), silencio y ovación.
Roca Rey (gris plomo y oro), silencio tras aviso y silencio.
Javier Zulueta (alternativa) (marfil y oro), ovación y silencio.
Escrito por Álvaro Cabello